San
Pablo se sirve, aunque de modo libre y original, de una metáfora que estaba ya
presente en el mundo grecorromano, para poner de manifiesto la vida interna de
la Iglesia y su relación fundante con el Señor. En ella los ministerios y los
carismas se conceden a cada uno de los miembros para la edificación de toda la
comunidad. De ahí que todos los miembros sean necesarios. Es una originalidad
de Pablo entender la comunidad cristiana como un cuerpo, metáfora ya presente
entonces en el mundo grecorromano para definir tanto la organización de una
ciudad o de un estado como la organización del cosmos. Se sirve de ella de un
modo libre para poner de manifiesto, por una parte las relaciones internas de
la «sociedad» eclesial («Un solo cuerpo y muchos miembros») y por otra la
relación fundante con el Señor («El cuerpo de Cristo», «un cuerpo en Cristo»).
El
Apóstol habla del tema sobre todo en 1Cor 12 tratando de la «dotación»
carismática de la comunidad cristiana, en concreto de la actuación de los
carismas, dones de gracia funcionales para la vita Ecclesiae, cuando los
creyentes de Corinto se reúnen «en asamblea» (en ekklesia-i, 1Cor 11,18).
Inmediatamente precisa que es el mismo Espíritu el que reparte (diairoun) sus
«dones de gracia» (charismata) entre todos los creyentes, sin excluir a
ninguno, de modo que nadie puede decir que los posee todos y nadie puede
desconsoladamente confesar estar totalmente privado de ellos. «Hay diversidad
de dones espirituales (diaireseis charismatón), pero uno mismo es el Espíritu»
(12,4).
Al
mismo tiempo clarifica su finalidad social: «A cada cual se le da la
manifestación del Espíritu para el bien común (pros to sympheron)» (12,7), es
decir, para el crecimiento de la edificación (oikodomé) de la comunidad, como
insistirá en el capítulo 14; cada uno de los creyentes es activado por el
carisma del Espíritu. Sigue una lista de ejemplos: palabra de sabiduría,
palabra de conocimiento, fe taumatúrgica, dones de gracia de curación, obrar
milagros, profecía, capacidad para discernir los espíritus, diversas clases de
lenguas, interpretación de las lenguas.
Todos
los miembros son necesarios
En
este punto (12,12ss) recurre Pablo a la metáfora del cuerpo humano del que
subraya la unidad, «un solo cuerpo», y a la vez la pluralidad de miembros, no
los unos sin los otros, a no ser que se niegue el organismo humano que no puede
estar formado por un solo miembro o incluso cuando los miembros se reducen ad
unum: «Si el pie dijese: ?Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo?,
no por eso deja de ser del cuerpo; y si el oído dijese: ?Como no soy ojo, no
soy del cuerpo?, no por eso deja de ser del cuerpo. Si todo el cuerpo fuese
ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?» (12,15-17).
Lo
que constituye un cuerpo es la pluralidad diversificada de los miembros (no
sólo muchos miembros, sino muchos miembros diversos), los unos necesitados de
los otros ?por tanto, complementariedad de los miembros?, todos igualmente
necesarios para el bienestar del organismo, estando vigente en el cuerpo la ley
natural de la mutua solidaridad en relación a la necesidad de unos u otros; es,
en realidad, voluntad del creador que «todos los miembros se preocupen unos de
otros» (12,25). Y, junto a la reciprocidad, la ley de la coparticipación de
alegrías y sufrimientos: «Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con
él; si un miembro recibe una atención especial, todos los miembros se alegran»
(12,26).
Y
este es el alcance metafórico del cuerpo: «Vosotros sois el cuerpo de Cristo
(sóma Christou) y cada uno es un miembro» (12,27). «Vosotros» son los creyentes
de Corinto: «cuerpo de Cristo» se aplica a la comunidad local y en acto, o sea,
reunida «en asamblea» (en ekklesia-i: 1Cor 11,18). Más que referirse al hebreo
qahal, indicativo de las asambleas del pueblo de Dios, me parece que el apóstol
se inspira aquí en el exemplum de la ekklesia-i de las ciudades griegas, cuando
los ciudadanos (los politai, no todos los habitantes) se reunían para deliberar
sobre la res publica; lo demuestra el valor local y «actual» de la ekklesia,
pequeña comunidad del lugar reunida en asamblea. Análogamente puede decirse del
grupo de cristianos de Corinto, o de Tesalónica o de las «Iglesias de Galacia».
Hay
que resaltar que el nombre más común usado por Pablo para definir socialmente a
los convertidos es precisamente ekklesia, asamblea en acto de los creyentes de
uno u otro lugar. Sólo que aquí es Cristo el que la constituye; por eso usa el
genitivo de especificación «cuerpo de Cristo», cuerpo social creado y
perteneciente a él, y cuerpo social animado por el Espíritu (12,13): «Todos
nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo (eis hen soma). Y todos hemos bebido
de un solo Espíritu»). Otros estudiosos, sin embargo, afirman que con la
expresión «cuerpo de Cristo» el apóstol indica no el cuerpo social de los
creyentes, sino el cuerpo personal de Cristo con el que la comunidad cristiana
se identifica.
Por
tanto, en el cuerpo eclesial Pablo menciona la presencia de una plural
diversidad de carismáticos: ante todo los apóstoles, después los profetas, en
tercer lugar los maestros (didaskaloi), después los milagros, el don de curar,
la beneficencia, el gobierno (kyberneseis), la diversidad de lenguas y el don
de interpretarlas (12,28). Los tres interrogativos retóricos conclusivos
subrayan la necesaria plural diversidad, ya indicada a propósito del organismo
humano: «¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos son profetas?, ¿o todos
maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tienen todos don para curar?, ¿hablan
todos en lenguas o todos las interpretan?» (12,29-30). La respuesta
sobreentendida es: no, sino que estos dones de gracia se reparten entre los
diversos componentes de la comunidad.
De
la metáfora del cuerpo vuelve a hablar el Apóstol en la carta a los Romanos:
«Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros y no desempeñan
todos los miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo
cuerpo en Cristo (hen soma en Christo-i), pero cada miembro está al servicio de
los otros miembros. Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que
se nos ha dado» (12,4-6ª). Unidad y pluralidad diversificada son de nuevo las
dos características de la metáfora del cuerpo; igualmente la constitución
cristológica del cuerpo eclesial es la misma: los creyentes forman un solo
cuerpo ya que tienen en común el ser en Christo-i, la unión mística con él.
Sigue
una lista de carismas que no concuerda por completo con la de 1Cor 12: la
profecía o predicación, el servicio (diakonia), la enseñanza (didascalia), el
don de exhortar (paraklesis), dar limosna, presidir (proistasthai), hacer obras
de misericordia (eleein). Una referencia especial merece el carisma de
«presidencia» o gobierno de la comunidad, que con otro nombre está documentado
también en Cor 12; allí aparece efectivamente el carisma de la kybernesis (v.
28), literalmente gobernar una nave.
Pablo
está muy lejos de oponer carisma a ministerio de gobierno, a responsabilidad
eclesial, diríamos nosotros; para él, incluso el arte de «gobernar» a la
comunidad es carisma, don de gracia del Espíritu Santo. Sin decir que por
«carisma» no entiende esencialmente la expresión libre y espontánea del sujeto
impulsado a actuar fuera de reglas y normas, hsino más bien un don de gracia
funcional.
En
la pluralidad diversificada de carismas, finalmente, Pablo en cierto modo
ofrece una clasificación; en 1Cor 12,31, de hecho, exhorta a sus interlocutores:
«Ambicionad los carismas mejores (ta charismata ta meizona)». Al principio del
capítulo 14, retomando del tema de los carismas, desarrolla el motivo de la
superioridad de uno sobre otro: «Aspirad a los dones espirituales (pneumalika:
carismas estáticos), pero sobre todo al don de profecía» (14,1). El criterio
jerárquico es de carácter funcional y a la vez eclesial: cuanto mayor es el
carisma más provechoso para el crecimiento y la maduración de la comunidad. En
1Cor 14 Pablo pone en confrontación la «glosolalia», el típico carisma de
palabra incomprensible «hablada» por un impelente impulso emotivo fuera de todo
control de la mente, que va momentáneamente «de vacaciones», y la profecía,
entendida aquí como palabra inspirada por el Espíritu y comprensible a todos
los presentes en la asamblea. El que habla en lenguas extrañas «no habla a los
hombres sino a Dios; de hecho, ninguno le entiende» (14,2); «Pero el que
profetiza, habla a los hombres» y por tanto de modo comprensible (cf v. 9),
«los forma (oikodome), los anima y los consuela. El que habla lenguas extrañas
se edifica a sí mismo; el que profetiza lo hace en beneficio de la Iglesia»
(14,3-4).
El
Apóstol no duda en repetirse; es necesario rebatirlo: «Me gustaría que todos
hablaseis en esas lenguas; pero prefiero que profeticéis; pues para la
formación de la Iglesia es mejor profetizar que hablar en lenguas, a no ser que
haya quien las interprete» (14,5). Y no duda en ponerse en juego a sí mismo:
«Doy gracias a Dios de hablar en lenguas más que vosotros; pero prefiero hablar
en la Iglesia (en ekklesia-i) cinco palabras con sentido, para instruir
(katecheo) a los demás, que diez mil palabras en lenguas» (14,18-19). El valor
de la palabra clara, de forma comprensible, consiste en el hecho de que puede
involucrar y activar a los que escuchan contribuyendo (ophelein) de este modo a
su maduración cristiana (14,6); sin comprensión no hay respuesta positiva a la
palabra, no puede existir el amén participativo de la comunidad (14,16).
Contexto
cultural
La
confrontación con su contexto cultural resulta significativo para comprender
mejor al Apóstol. Tito Livio nos atestigua que Menenio Agripa, para vencer la
rebelión de los plebeyos contra la clase dominante, recurrió retóricamente al
exemplum del organismo humano, en el que los miembros trabajan para el
estómago, que parece que no hace nada, pero si dejan de funcionar, también el
estómago «hace huelga», de modo que perece todo el cuerpo. De ello se sigue que
la sedición es funesto para el Estado; por tanto las clases subalternas deben
estar sometidas al Senado de la república, a los patricios (2,32,7-12). En
resumen, la metáfora del cuerpo legitima el poder con la consiguiente
dependencia de los súbditos. Pero esto está a mil kilómetros de distancia de la
metáfora paulina, que habla de igualdad carismática de los miembros de la
comunidad, igualmente dotados, por la gracia del Espíritu Santo, de capacidades
constructivas de su crecimiento espiritual y recíprocamente solidarios. Por eso
parece que sea posible afirmar ?como propone un estudioso alemán? que de ahí se
deduce claramente una concepción democrática de la Iglesia local.
JOSÉ
BARBAGLIO