COMO CORDEROS EN MEDIO DE LOBOS.
En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado Jesús envía
a setenta y dos discípulos a la gran mies que es el mundo, invitándolos a rogar
al Señor de la mies que no falten nunca obreros a su mies (cf. Lc 10, 1-3);
pero no los envía con medios poderosos, sino “como corderos en medio de lobos”
(v. 3), sin bolsa, ni alforja, ni sandalias (cf. v. 4).
San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías, comenta:
“Mientras seamos corderos, venceremos e, incluso si estamos rodeados por
numerosos lobos, lograremos vencerlos. Pero si nos convertimos en lobos,
seremos vencidos, porque estaremos privados de la ayuda del pastor” (Homilía
33, 1: PG 57, 389).
Los cristianos no deben nunca ceder a la tentación de
convertirse en lobos entre los lobos; el reino de paz de Cristo no se extiende
con el poder, con la fuerza, con la violencia, sino con la entrega de uno
mismo, con el amor llevado al extremo, incluso hacia los enemigos. Jesús no
vence al mundo con la fuerza de las armas, sino con la fuerza de la cruz, que
es la verdadera garantía de la victoria.
Y para quien quiere ser discípulo del Señor, su enviado,
esto tiene como consecuencia el estar preparado también a la pasión y al
martirio, a perder la propia vida por él, para que en el mundo triunfen el
bien, el amor, la paz. Esta es la condición para poder decir, entrando en cada
realidad: “Paz a esta casa” (Lc 10, 5).
Pedro y Pablo en actitud de oración. |
SAN PABLO
Y LA ESPADA.
Delante de
la basílica de San Pedro hay dos grandes estatuas de san Pedro y san Pablo,
fácilmente identificables: san Pedro tiene en la mano las llaves, san Pablo en
cambio sostiene una espada.
Quien no
conoce la historia de este último podría pensar que se trata de un gran
caudillo que guió grandes ejércitos y con la espada sometió pueblos y naciones,
procurándose fama y riqueza con la sangre de los demás.
En cambio,
es exactamente lo contrario: la espada que tiene entre las manos es el
instrumento con el que mataron a Pablo, con el que sufrió el martirio y derramó
su propia sangre. Su batalla no fue la de la violencia, de la guerra, sino la
del martirio por Cristo.
Su única
arma fue precisamente el anuncio de “Jesucristo, y este crucificado” (1 Co 2,
2). Su predicación no se basó en “persuasiva sabiduría humana, sino en la
manifestación y el poder del Espíritu”.
“Esta
misma lógica es válida también para nosotros, si queremos ser portadores del
reino de paz anunciado por el profeta Zacarías y realizado por Cristo: debemos
estar dispuestos a pagar en persona, a sufrir en primera persona la
incomprensión, el rechazo, la persecución.
No es la
espada del conquistador la que construye la paz, sino la espada de quien sufre,
de quien sabe donar la propia vida”.
Benedicto
XVI durante la audiencia general del miércoles 26 de octubre de 2011.
Imagen: Pedro y Pablo, en actitud de deisis (actitud
de oración, de intercesión. Su dorso inclinado y las manos extendidas, indican
a aquel a quien se dirige la oración), y junto con los símbolos de su
martirio, es decir, la cruz invertida y la espada de la decapitación,
precisamente para subrayar que indicaron a Cristo con toda su existencia.
Iglesia de San Hugo - Roma - Italia