Segunda Parte de la Conferencia pronunciada en el VII Curso para Obispos del Brasil en Río de Janeiro en 1997.
Luego del trabajo apostólico de Pablo en Atenas, algunos hablaron de un fracaso. ¿Pero es cierto esto? Ciertamente no fue un éxito brillante y espectacular.
Sin duda, es una de las características de la Palabra de Dios: ella interpela a las personas en lo más profundo de sí mismas; es como el grano sembrado en la tierra que, lentamente, germina.
De hecho, hay efusiones del Espíritu Santo, como ecos de Pentecostés, en ciertos momentos de la historia. Pero el lenguaje y el fantasma del éxito no son adecuados cuando se trata de la expansión del Evangelio.
De esta lectura guardaremos lo siguiente: el diagnóstico sobre la situación espiritual de aquellos a quienes se dirige la palabra de salvación, no debe hacer retroceder cuando se trata de reconocer el peso del mal y la fuerza de los prejuicios.
Cualquiera que sea la severidad del juicio, ello no lleva a perder la esperanza en las personas ni a abandonarlas a su propia suerte. Al contrario, el apóstol recoge con alegría las migajas de la verdad, toda señal en la que él sabe reconocer las piedras de toque.
El kerygma debe ser predicado con toda su franqueza, solicitando a cada uno, con el auxilio de la gracia, la respuesta personal de la conversión y de la fe.
TRES OBSERVACIONES CONCERNIENTES A LA MISIÓN EVANGELIZADORA.
La primera; La Nueva Evangelización, sólo se comprende bien como prolongación del Concilio Vaticano II, que fue el gran don de la Providencia a la Iglesia en nuestro siglo.
La mejor preparación al Jubileo, nos dice la Tertio millennio adveniente, será “el renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la Iglesia”.
Si buscamos algo análogo, la liturgia del Adviento está muy próxima al espíritu del Concilio, pues el Adviento nos prepara para el encuentro con “Aquel que era, que es y que va a venir” (Ap 4,8).
Debemos meditar el mensaje del Vaticano II y asimilarlo para que inspire una nueva acción evangelizadora.
El Nº 19 de la Tertio millennio adveniente nos ofrece una síntesis notable de estos temas importantes.
No es sólo por su contenido que el Vaticano II impulsó la renovación; también inauguró un estilo evangélico nuevo: “La enorme riqueza de contenidos y el tono nuevo, desconocido antes, de la presentación conciliar de estos contenidos constituyen casi un anuncio de tiempos nuevos…”.
Una segunda observación concierne a los Sínodos que siguieron al Vaticano II. La evangelización constituye el tema fundamental. Sus bases fueron puestas por la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI (1975). Somos pues invitados a tener como referencia este gran documento.
Una tercera observación gira en torno al espíritu en el que debemos tratar estos asuntos que merecerán nuestra atención con prioridad, esto es, los obstáculos que encontramos en el camino de la evangelización.
Hacer un elenco de los obstáculos podría ser una trampa y cerrarnos en lo negativo, dejándonos aplastar por ello.
Ahora bien, ésta no es la actitud del mensajero del Evangelio, de la cual Pablo nos dio ejemplo. El diagnóstico debe ser hecho tanto sobre las sombras como sobre las señales de esperanza.
Veamos bien: no se trata de una cuestión de humor o de temperamento; lo que merece cuidado es la actitud teologal del misionero sobre el mundo. “Es necesario además que se estimen y profundicen los signos de esperanza presentes en este último fin de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos: en el campo civil, los progresos realizados por la ciencia, por la técnica y sobre todo por la medicina al servicio de la vida humana, un sentido más vivo de responsabilidad en relación al ambiente, los esfuerzos por restablecer la paz y la justicia allí donde hayan sido das, la voluntad de reconciliación y de solidaridad entre los diversos pueblos, en particular en la compleja relación entre el Norte y el Sur del mundo...; en el campo eclesial, una más atenta escucha de la voz del Espíritu a través de la acogida de los carismas y la promoción del laicado, la intensa dedicación a la causa de la unidad de todos los cristianos, el espacio abierto al diálogo con las religiones y con la cultura contemporánea...”.
No hay obstáculo absoluto a la evangelización. La fe en Jesús, Hijo de Dios, es vencedora del mundo.
GEORGES COTTIER
Luego del trabajo apostólico de Pablo en Atenas, algunos hablaron de un fracaso. ¿Pero es cierto esto? Ciertamente no fue un éxito brillante y espectacular.
Sin duda, es una de las características de la Palabra de Dios: ella interpela a las personas en lo más profundo de sí mismas; es como el grano sembrado en la tierra que, lentamente, germina.
De hecho, hay efusiones del Espíritu Santo, como ecos de Pentecostés, en ciertos momentos de la historia. Pero el lenguaje y el fantasma del éxito no son adecuados cuando se trata de la expansión del Evangelio.
De esta lectura guardaremos lo siguiente: el diagnóstico sobre la situación espiritual de aquellos a quienes se dirige la palabra de salvación, no debe hacer retroceder cuando se trata de reconocer el peso del mal y la fuerza de los prejuicios.
Cualquiera que sea la severidad del juicio, ello no lleva a perder la esperanza en las personas ni a abandonarlas a su propia suerte. Al contrario, el apóstol recoge con alegría las migajas de la verdad, toda señal en la que él sabe reconocer las piedras de toque.
El kerygma debe ser predicado con toda su franqueza, solicitando a cada uno, con el auxilio de la gracia, la respuesta personal de la conversión y de la fe.
TRES OBSERVACIONES CONCERNIENTES A LA MISIÓN EVANGELIZADORA.
La primera; La Nueva Evangelización, sólo se comprende bien como prolongación del Concilio Vaticano II, que fue el gran don de la Providencia a la Iglesia en nuestro siglo.
La mejor preparación al Jubileo, nos dice la Tertio millennio adveniente, será “el renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la Iglesia”.
Si buscamos algo análogo, la liturgia del Adviento está muy próxima al espíritu del Concilio, pues el Adviento nos prepara para el encuentro con “Aquel que era, que es y que va a venir” (Ap 4,8).
Debemos meditar el mensaje del Vaticano II y asimilarlo para que inspire una nueva acción evangelizadora.
El Nº 19 de la Tertio millennio adveniente nos ofrece una síntesis notable de estos temas importantes.
No es sólo por su contenido que el Vaticano II impulsó la renovación; también inauguró un estilo evangélico nuevo: “La enorme riqueza de contenidos y el tono nuevo, desconocido antes, de la presentación conciliar de estos contenidos constituyen casi un anuncio de tiempos nuevos…”.
Una segunda observación concierne a los Sínodos que siguieron al Vaticano II. La evangelización constituye el tema fundamental. Sus bases fueron puestas por la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI (1975). Somos pues invitados a tener como referencia este gran documento.
Una tercera observación gira en torno al espíritu en el que debemos tratar estos asuntos que merecerán nuestra atención con prioridad, esto es, los obstáculos que encontramos en el camino de la evangelización.
Hacer un elenco de los obstáculos podría ser una trampa y cerrarnos en lo negativo, dejándonos aplastar por ello.
Ahora bien, ésta no es la actitud del mensajero del Evangelio, de la cual Pablo nos dio ejemplo. El diagnóstico debe ser hecho tanto sobre las sombras como sobre las señales de esperanza.
Veamos bien: no se trata de una cuestión de humor o de temperamento; lo que merece cuidado es la actitud teologal del misionero sobre el mundo. “Es necesario además que se estimen y profundicen los signos de esperanza presentes en este último fin de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos: en el campo civil, los progresos realizados por la ciencia, por la técnica y sobre todo por la medicina al servicio de la vida humana, un sentido más vivo de responsabilidad en relación al ambiente, los esfuerzos por restablecer la paz y la justicia allí donde hayan sido das, la voluntad de reconciliación y de solidaridad entre los diversos pueblos, en particular en la compleja relación entre el Norte y el Sur del mundo...; en el campo eclesial, una más atenta escucha de la voz del Espíritu a través de la acogida de los carismas y la promoción del laicado, la intensa dedicación a la causa de la unidad de todos los cristianos, el espacio abierto al diálogo con las religiones y con la cultura contemporánea...”.
No hay obstáculo absoluto a la evangelización. La fe en Jesús, Hijo de Dios, es vencedora del mundo.
GEORGES COTTIER