Estamos celebrando el bimilenario del nacimiento de uno de los personajes de la historia más sorprendentes: Saulo de Tarso.
Aquel joven (lo era en tiempos de su conversión) que después de perseguir por motivos de conciencia a aquellas incipientes comunidades cristianas, por considerar que así servía mejor a Dios, tuvo su momento de gracia al encontrarse cara a cara con aquel a quien perseguía.
No me cabe la menor duda de que a Pablo le debemos mucho los cristianos, y no sólo porque él fuese, en buena medida, el primer gran teólogo, ni siquiera porque nos legase sus cartas a través de la cuales conocemos parte de sus peripecias y cómo se articulaban aquellas primeras comunidades de hermanos y hermanas en Cristo.
Sino sobre todo por él mismo, por su testimonio de fe, por su grandeza de alma, por su entrega incondicional al Señor de la vida.
La conversión de Pablo es en cierto modo la representación gráfica de nuestra conversión, de la necesidad de "caer del caballo" de nuestro egoísmo, de nuestros miedos, de nuestros prejuicios, de nuestra fe interesada, para abrirnos, a velas desplegadas, al don del amor de Dios.
La conversión implica un cambio o giro copernicano, radical, esencial. La conversión es un estímulo constante para que no nos postremos en el lecho de una fe sin compromiso, para que no nos estanquemos en nuestro crecimiento interior.
La conversión implica un cambio o giro copernicano, radical, esencial. La conversión es un estímulo constante para que no nos postremos en el lecho de una fe sin compromiso, para que no nos estanquemos en nuestro crecimiento interior.
Por eso recordar a nuestro amigo Pablo, es más que alabar a Dios a través de uno de sus y comprometidos testigos, es recordar que es posible salir de la oscuridad de la noche para acercarnos al resplandor de Dios, aunque por unos instantes nos ciegue su luz.
La audacia de fe de Pablo ha de ser hoy un estímulo para la Iglesia entera, una especie de aguijón que espoleé nuestro ánimo y nos haga abrir nuevos horizontes de paz y esperanza para la Humanidad.
Suyas son las palabras dirigidas a los miembros de la comunidad de Filipos que ahora también son nuestras: “Mi alegría como creyente ha sido grande al ver renacer su interés por mí. De hecho lo tenían, pero no habían tenido ocasión de manifestarlo. Y no les digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a arreglármelas en cualquier situación.
Suyas son las palabras dirigidas a los miembros de la comunidad de Filipos que ahora también son nuestras: “Mi alegría como creyente ha sido grande al ver renacer su interés por mí. De hecho lo tenían, pero no habían tenido ocasión de manifestarlo. Y no les digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a arreglármelas en cualquier situación.
Sé pasar estrecheces y vivir en la abundancia. A todas y cada una de estas cosas estoy acostumbrado: a la abundancia y al hambre, a que me sobre y a que me falte. De todo me siento capaz, pues Cristo me da la fuerza. Sin embrago, han tenido un hermoso gesto al solidarizarse conmigo en la tribulación” (Flp 4, 10-14).
El “hermoso gesto”, Saulo, lo has tenido con nosotros al habernos transmitido tu fe, la que te ha hecho vencer la ferocidad de tu lobo interior para convertirte en cordero manso al servicio de la causa del bien. Ayúdanos a pasar de la noche de la violencia y la intolerancia a la luz de la paz y el amor.
Francisco Castro Miramontes
Francisco Castro Miramontes