San Pablo es una persona de un carácter fuerte y apasionado, atrapado por el amor a Jesucristo a quién se entregó por completo. Al mismo tiempo es una persona dotada de una dulzura y calidez humana excepcionales.
Un ser humano libre y liberador que trabajó y luchó para que los cristianos se sintieran verdaderamente libres.
Así lo descubrimos dirigiéndose a las comunidades cristianos de entonces, con esa mezcla singular de servidor, y de Apóstol: “Oh, corintios, les hablo con franqueza; mi corazón les está abierto. Páguennos con la misma medida, ensánchense también ustedes”
En una ocasión se dirige a ellos con una dulzura, una ternura y delicadeza, más propias de una mujer e incluso con expresiones específicas de una madre, cuando expresa: “Sufro de nuevo los dolores del parto hasta que se forme en ustedes la imagen de Cristo Jesús”.
En otra les dirá: “Les di leche y no comida sólida, pues todavía no eran capaces, y ni siquiera ahora la pueden soportar”.
Estas palabras nos dan a entender el profundo respeto y conocimiento que san Pablo tenía de sus hermanos: les daba el mensaje en la medida de sus posibilidades de comprensión del mismo.
A los Filipenses les dirigirá una carta realmente conmovedora: “Si dan algún valor a las advertencias que hago en nombre de Cristo, si pueden oír la voz del amor y quieren hacer caso de la comunión que existe entre nosotros por el Espíritu Santo; si hay entre ustedes alguna compasión y ternura, les pido algo que me llenará de alegría. Tengan un mismo amor, un mismo espíritu, un único sentir, no hagan nada por rivalidad o vanagloria. Tengan unos con otros los mismas sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
San Pablo no lo conoció a Jesús mientras el Señor vivió en esta tierra. No anduvo con él como los doce apóstoles y los demás discípulos. Sin embargo, esto no fue un obstáculo para conocer a Jesús, ¡cómo nadie jamás llegó a conocerlo!
Y esto, ¿por qué será? Creo que Pablo llegó a donde nadie más pudo llegar, porque era un hombre cuyo corazón desbordaba amor. Un amor singular por la verdad en su búsqueda sincera de Dios mediante el estudio de las Sagradas Escrituras. Y luego, ese mismo amor sin límites, se lo irá manifestando a Cristo Resucitado, después de su encuentro con Él, en el camino a Damasco.
Y como es lógico, ese amor desborda en cada una de sus cartas, porque: “de la abundancia del corazón, habla la boca”. Y es ese mismo amor, que en el colmo de su fogosidad por Cristo, le hará exclamar: “¡Ay de mí, si no evangelizara!”
Si bien, él mismo afirma que siente esto último como una obligación, como una misión singular, sin embargo creo que es también la voz de un enamorado, que ha descubierto la perla preciosa del Reino. El clamor de un hombre que tiene en su interior un tesoro escondido del cual nos habla el Evangelio, y siente ese fuego, ese ardor, y la necesidad imperiosa de comunicarlo a todos sus hermanos.
San Pablo era fariseo, había recibido una formación muy cerrada y estricta en la doctrina judía. Y sabemos que Jesús, justamente con los fariseos, tuvo múltiples discusiones a causa de su cerrazón y su dureza de corazón. Por esto, podemos deducir que, sin dudas, le costó mucho a Pablo ese cambio, que implicaba caminar exactamente en sentido opuesto. ¡Y lanzarse hacia delante a la conquista de este camino nuevo que el Señor le proponía!
Con respecto al encuentro con Jesús en el camino a Damasco, posiblemente nunca llegaremos a saber cómo fue realmente aquello. Lo que sí podemos afirmar, por las actitudes y la vida del apóstol, es que ese encuentro lo marcó a fuego; pues de perseguidor feroz de los cristianos, Pablo se convierte en el líder máximo de la difusión y el anuncio del Evangelio.
Fue tal su integración con Cristo Jesús que es el único que pudo decir: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”
El único que se propuso como ejemplo a los cristianos de todos los tiempos, al afirmar: “imítenme a mí, como yo imito a Cristo Jesús”.
Y esta transformación en su proceso de conversión, sólo puede realizarse en un corazón colmado de amor por Cristo y sus hermanos. Por eso, en la comprensión del misterio de amor de Cristo pudo decir: “me amó y se entregó por mí”. Aunque luego, desde una perspectiva más comunitaria, dirá: “nos amó y se entregó por nosotros”.
¡Este extraordinario ser humano, cambió el curso de la historia en el Cristianismo, abriendo las puertas de Cristo Jesús a todos los pueblos y naciones del mundo!
Si él llevó el Evangelio a ámbitos y culturas completamente diversas, quizás tenga algo para aportar con sus escritos en este momento histórico de la “Era de la Comunicación”. ¡Pues es en este ámbito, donde deberemos proclamar, con un lenguaje nuevo y con nuevo ardor, el Evangelio, a una sociedad y a un mundo completamente diverso y cambiado!.
Santiago Kloster SSP.
Un ser humano libre y liberador que trabajó y luchó para que los cristianos se sintieran verdaderamente libres.
Así lo descubrimos dirigiéndose a las comunidades cristianos de entonces, con esa mezcla singular de servidor, y de Apóstol: “Oh, corintios, les hablo con franqueza; mi corazón les está abierto. Páguennos con la misma medida, ensánchense también ustedes”
En una ocasión se dirige a ellos con una dulzura, una ternura y delicadeza, más propias de una mujer e incluso con expresiones específicas de una madre, cuando expresa: “Sufro de nuevo los dolores del parto hasta que se forme en ustedes la imagen de Cristo Jesús”.
En otra les dirá: “Les di leche y no comida sólida, pues todavía no eran capaces, y ni siquiera ahora la pueden soportar”.
Estas palabras nos dan a entender el profundo respeto y conocimiento que san Pablo tenía de sus hermanos: les daba el mensaje en la medida de sus posibilidades de comprensión del mismo.
A los Filipenses les dirigirá una carta realmente conmovedora: “Si dan algún valor a las advertencias que hago en nombre de Cristo, si pueden oír la voz del amor y quieren hacer caso de la comunión que existe entre nosotros por el Espíritu Santo; si hay entre ustedes alguna compasión y ternura, les pido algo que me llenará de alegría. Tengan un mismo amor, un mismo espíritu, un único sentir, no hagan nada por rivalidad o vanagloria. Tengan unos con otros los mismas sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
San Pablo no lo conoció a Jesús mientras el Señor vivió en esta tierra. No anduvo con él como los doce apóstoles y los demás discípulos. Sin embargo, esto no fue un obstáculo para conocer a Jesús, ¡cómo nadie jamás llegó a conocerlo!
Y esto, ¿por qué será? Creo que Pablo llegó a donde nadie más pudo llegar, porque era un hombre cuyo corazón desbordaba amor. Un amor singular por la verdad en su búsqueda sincera de Dios mediante el estudio de las Sagradas Escrituras. Y luego, ese mismo amor sin límites, se lo irá manifestando a Cristo Resucitado, después de su encuentro con Él, en el camino a Damasco.
Y como es lógico, ese amor desborda en cada una de sus cartas, porque: “de la abundancia del corazón, habla la boca”. Y es ese mismo amor, que en el colmo de su fogosidad por Cristo, le hará exclamar: “¡Ay de mí, si no evangelizara!”
Si bien, él mismo afirma que siente esto último como una obligación, como una misión singular, sin embargo creo que es también la voz de un enamorado, que ha descubierto la perla preciosa del Reino. El clamor de un hombre que tiene en su interior un tesoro escondido del cual nos habla el Evangelio, y siente ese fuego, ese ardor, y la necesidad imperiosa de comunicarlo a todos sus hermanos.
San Pablo era fariseo, había recibido una formación muy cerrada y estricta en la doctrina judía. Y sabemos que Jesús, justamente con los fariseos, tuvo múltiples discusiones a causa de su cerrazón y su dureza de corazón. Por esto, podemos deducir que, sin dudas, le costó mucho a Pablo ese cambio, que implicaba caminar exactamente en sentido opuesto. ¡Y lanzarse hacia delante a la conquista de este camino nuevo que el Señor le proponía!
Con respecto al encuentro con Jesús en el camino a Damasco, posiblemente nunca llegaremos a saber cómo fue realmente aquello. Lo que sí podemos afirmar, por las actitudes y la vida del apóstol, es que ese encuentro lo marcó a fuego; pues de perseguidor feroz de los cristianos, Pablo se convierte en el líder máximo de la difusión y el anuncio del Evangelio.
Fue tal su integración con Cristo Jesús que es el único que pudo decir: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”
El único que se propuso como ejemplo a los cristianos de todos los tiempos, al afirmar: “imítenme a mí, como yo imito a Cristo Jesús”.
Y esta transformación en su proceso de conversión, sólo puede realizarse en un corazón colmado de amor por Cristo y sus hermanos. Por eso, en la comprensión del misterio de amor de Cristo pudo decir: “me amó y se entregó por mí”. Aunque luego, desde una perspectiva más comunitaria, dirá: “nos amó y se entregó por nosotros”.
¡Este extraordinario ser humano, cambió el curso de la historia en el Cristianismo, abriendo las puertas de Cristo Jesús a todos los pueblos y naciones del mundo!
Si él llevó el Evangelio a ámbitos y culturas completamente diversas, quizás tenga algo para aportar con sus escritos en este momento histórico de la “Era de la Comunicación”. ¡Pues es en este ámbito, donde deberemos proclamar, con un lenguaje nuevo y con nuevo ardor, el Evangelio, a una sociedad y a un mundo completamente diverso y cambiado!.
Santiago Kloster SSP.