20070302

- BERNABE, SILAS Y APOLO

Benedicto XVI siguió con la catequesis sobre las primeras figuras del cristianismo y habló sobre tres colaboradores de San Pablo: Bernabé, Silas y Apolo. Tenemos que reconocer que el apóstol es un ejemplo elocuente de hombre abierto a la colaboración: no quiere hacerlo todo solo, sino que se sirve de numerosos y diversos colegas.
No podemos detenernos en todos los ayudantes. Basta recordar entre otros, a Epafras, Filemón, Epafrodito, Tíquico, Urbano, Gayo y Aristarco.
Y mujeres que como Febe, Trifena y Trifosa, Pérside, la madre de Rufo, de quien dice que “es también mi madre”, sin olvidar a esposos como Prisca y Aquila.
Hoy, nos interesamos por tres de estas personas que tuvieron un papel significativo en la evangelización de los orígenes: Bernabé, Silas y Apolo.
Bernabé, que significa “hijo de la exhortación” o “hijo del consuelo”, es el sobrenombre de un judío levita oriundo de Chipre. Trasladado a Jerusalén, fue uno de los primeros en abrazar el cristianismo, tras la resurrección del Señor. Vendió un campo de su propiedad entregando ese dinero a los apóstoles para las necesidades de la Iglesia.
Se convirtió en garante de la conversión de Saulo ante la comunidad de Jerusalén, que desconfiaba de su antiguo perseguidor. Enviado a Antioquía de Siria, fue a buscar a Pablo en Tarso, donde se había retirado, y con él pasó todo un año, dedicándose a la evangelización de esa importante ciudad, en cuya Iglesia Bernabé era conocido como profeta y doctor.

Bernabé, en el momento de las primeras conversiones, comprendió que había llegado la hora de Saulo, quien se había retirado a Tarso. Allí se fue a buscarlo. En ese momento importante, restituyó Pablo a la Iglesia; le entregó, una vez más al apóstol de las gentes. De Antioquia, Bernabé fue enviado en misión, junto a Pablo, realizando el llamado primer viaje misionero del apóstol. En realidad, se trató de un viaje misionero de Bernabé, dado que era él el auténtico responsable, al que Pablo se sumó como colaborador, pasando por las regiones de Chipre y de Anatolia en la actual Turquía, por las ciudades de Atalía, Perge, Antioquia de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe.
Junto a Pablo acudió después al llamado Concilio de Jerusalén, donde después de un profundo examen de la cuestión, los apóstoles con los ancianos decidieron desligar la práctica de la circuncisión de la identidad cristiana. Sólo así, al final, permitieron oficialmente que fuera posible la Iglesia de los paganos, una Iglesia sin circuncisión: somos hijos de Abraham simplemente por la fe en Cristo.
Pablo y Bernabé se enfrentaron, al inicio del segundo viaje misionero, porque Bernabé quería ir a recoger como compañero a Juan Marcos, mientras que Pablo no quería, dado que el joven se había separado de ellos durante el viaje anterior.
También entre los santos se dan contrastes, discordias, controversias. Y esto es muy consolador, pues vemos que los santos no “han caído del cielo”. Son hombres como nosotros, con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o pecar nunca. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón. Pablo, que había sido duro y amargo con Marcos, al final se vuelve a encontrar con él. En las últimas cartas de san Pablo a Filemón y Timoteo, Marcos aparece precisamente como “mi colaborador”.
No nos hace ser santos el no habernos equivocado, sino la capacidad de perdón y reconciliación. Y todos podemos aprender este camino de santidad. Bernabé, con Juan Marcos, regresó a Chipre alrededor del año 49. A partir de entonces se pierden sus huellas. Tertuliano le atribuye la Carta a los Hebreos, lo cual no es inverosímil, pues, siendo de la tribu de Leví, Bernabé podía estar interesado por el tema del sacerdocio. Y la Carta a los Hebreos nos interpreta de manera extraordinaria el sacerdocio de Jesús.
Silas, otro compañero de Pablo, es la forma griega de un nombre hebreo (“sheal”; “pedir”, “invocar”, que constituye la misma raíz del nombre “Saulo”), del que procede también la forma latinizada “Silvano”.
El nombre de Silas sólo está testimoniado en el libro de los Hechos, mientras que Silvano aparece en las cartas de Pablo. Judío de Jerusalén, uno de los primeros en hacerse cristiano, y en aquella Iglesia gozaba de gran estima, al ser considerado profeta. Fue encargado de llevar a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia las decisiones tomadas por el Concilio de Jerusalén y de explicarlas. Pensaban que era capaz de realizar una especie de mediación entre Jerusalén y Antioquía, entre judeocristianos y cristianos de origen pagano, y de este modo servir a la unidad de la Iglesia en la diversidad de ritos y de orígenes.
Cuando Pablo se separó de Bernabé, tomó precisamente a Silas como nuevo compañero de viaje. Con Pablo, llegó a Macedonia, donde se detuvo, mientras que Pablo continuó hacia Atenas y después a Corinto. Silas le alcanzó en Corinto, donde colaboró en la predicación del Evangelio.
En la segunda carta dirigida por Pablo a esa Iglesia, se habla de “Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo”. De este modo se explica por qué aparece como coautor, junto a Pablo y a Timoteo, de las dos Cartas a los Tesalonicenses. Pablo no actúa como un “solista”, aislado, sino junto con estos colaboradores en el “nosotros” de la Iglesia. Este “yo” de Pablo no es un “yo” aislado, sino un “yo” en el “nosotros” de la Iglesia, en el “nosotros” de la fe apostólica.
Silvano es mencionado al final de la Primera Carta de Pedro: “Por medio de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente”. De este modo vemos la comunión de los apóstoles. Silvano trabaja con Pablo y con Pedro, porque la Iglesia es una y el anuncio misionero es único.
APOLO
El tercer compañero de Pablo se llama Apolo, probable abreviación de Apolonio o Apolodoro. A pesar de que es un nombre de carácter pagano, era un judío fervoroso de Alejandría de Egipto. Lucas, en los Hechos, le define; “hombre elocuente, que dominaba las Escrituras… con fervor de espíritu”.
La entrada de Apolo en el escenario de la primera evangelización tuvo lugar en la ciudad de Éfeso: allí había viajado para predicar y allí tuvo la suerte de encontrar a los esposos cristianos Priscila y Aquila, quienes “le tomaron consigo y le expusieron más exactamente el Camino”.
De Éfeso pasó por Acaya hasta llegar a la ciudad de Corinto: allí llegó con el apoyo de una carta de los cristianos de Éfeso, quienes pedían a los corintios darle una buena acogida. En Corinto, como escribe Lucas, “fue de gran provecho, con el auxilio de la gracia, a los que habían creído; pues refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que el Cristo era Jesús, el Mesías”. Su éxito en aquella ciudad tuvo un desenlace problemático, pues algunos miembros de aquella Iglesia, fascinados por su manera de hablar, se oponían a los demás en su nombre.
Pablo, en la Primera Carta a los Corintios expresa su aprecio por la obra de Apolo, pero reprocha a los corintios que laceren el Cuerpo de Cristo, separándose en facciones contrapuestas.
Pablo, saca una lección de lo sucedido: tanto yo como Apolo no somos más que “diakonoi”, es decir, simples ministros, a través de los cuales habéis llegado a la fe. Cada uno tiene una tarea diferenciada en el campo del Señor: “Yo planté, Apolo regó; pero fue Dios quien dio el crecimiento... ya que somos colaboradores de Dios y uds. campo de Dios, edificación de Dios.
Al regresar a Éfeso, Apolo resistió a la invitación de Pablo a regresar inmediatamente a Corinto, postergando el viaje a una fecha sucesiva, que ignoramos. No nos quedan más noticias suyas, aunque algunos expertos piensan que es el posible autor de la Carta a los Hebreos, cuyo autor, según Tertuliano, sería Bernabé.
Estos tres hombres son testigos del Evangelio por una característica común, además de características propias de cada uno. En común;
- Origen judío.
- Entrega a Jesucristo y al Evangelio.
- Los tres fueron colaboradores del apóstol Pablo.
En esta misión evangelizadora original encontraron el sentido de su vida y de este modo se nos presentan como modelos luminosos de desinterés y generosidad.
Pensemos en esa frase de San Pablo: tanto Apolo como yo somos ministros de Jesús, cada uno a su manera, pues es Dios quien da el crecimiento.
Válido también hoy para todos, ya sea para el Papa, como para cardenales, obispos, sacerdotes y laicos. Todos somos humildes ministros de Jesús.
Servimos al Evangelio en la medida en que podemos, según nuestros dones, y pedimos a Dios que Él haga crecer hoy su Evangelio, su Iglesia.
Enero 2007 - Vaticano
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