20081225

DE PARTE DE PABLO, FELICES FIESTAS.

En su tiempo no se habían inventado los nacimientos, ni los crismas, ni la misa del gallo, ni los regalos de empresa, ni los valores tradicionales de la Navidad y, además, a él no se le daba bien, como a Lucas o a Mateo, lo de escribir relatos sobre la infancia.
Pero llevaba el nombre de Jesús tatuado a fuego en su corazón y las cosas que decía de él son un vendaval que nos arrastra con su fuerza en Navidad:

“… Envió Dios a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley ” (Gal 4,4).

Sin dorados, dignidades, poderes o títulos sacrales. Desprovisto de influencias, de respaldos y de estudios superiores pero experto en amparar y dar cobijo a las vidas maltrechas de tantos hombres y mujeres. Sometido a la precariedad, al calor y al frío, al cansancio, al sudor y al sueño. Sujeto a la vecindad de nuestras contradicciones, a lo imprevisible de nuestras reacciones, a lo intermitente de nuestros compromisos. Vulnerable ante la descalificación y la censura. Traído y llevado por los vaivenes de la economía y las regularizaciones de empleo, obligado a emigrar como tantos otros; expuesto a cualquier saqueo, usura o expolio.
“… Apareciendo en todo como un hombre cualquiera, tomó la condición de esclavo ” (Fil 2,7).

Nadie le llamará nunca “Eminencia”, “Santidad” o “Ilustrísima”. Domiciliado del otro lado de la valla, mezclado con los inmigrantes, afectado junto a tantos otros por los expedientes de crisis, las deslocalizaciones de capitales, las regulaciones de empleo, el riesfo país, el indec.
Haciendo cola como uno más en el centro de salud; volviendo a casa de madrugada después de haber echado siete horas limpiando oficinas; vendiendo el diario bajo la lluvia o durmiendo en un sofá en el pasillo de una pensión compartido con otras 13 personas y un solo baño.
“… Siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza ” (2Cor 8,9).

Tercamente empeñado en que desaprendamos nuestro viejo lenguaje de siempre, atrapado por las apariencias de las cosas, para adentrarnos en esa manera de hablar suya, en la que casi nada coincide con lo que nosotros pensamos y que a todo le da la vuelta, poniendo lo de arriba abajo y lo de abajo, arriba.
Inaugurando ese galimatías al que tanto nos resistimos de que la pobreza enriquece, las pérdidas son ganancias, los insignificantes resultan ser los que importan y los que de verdad tienen suerte no son los que enseñan sus casas fastuosas en las revistas del corazón, con cara de que a ellos esto de la crisis ni fu ni fa.
“… Olvidando lo que dejo atrás, continúo mi carrera por si consigo alcanzar a aquel por quien he sido alcanzado “. (Fil 3,12).

No viene a establecer principios, imponer normas, proclamar dogmas o corregir errores. Viene a alcanzarnos allí donde estamos y a abrazar nuestras heridas, viene a contarnos historias de pastores que buscan y de hijos que vuelven a casa. Viene a querernos tal como somos y a ponerse a nuestro lado para llevarnos más allá de donde estamos, hacia esa vida buena y abundante de la que afirma poseer el secreto.
Nace a la intemperie para que ninguna puerta cerrada le separe de nosotros y para que todos nuestros miedos se disuelvan en contacto con su carne frágil de niño. Va a morir fuera de los muros de la ciudad y desde entonces todas las periferias guardan la huella de su presencia de Resucitado.
“Estáis llamados a la comunión de vida con él ” (1 Cor 1,9) afirma Pablo con rotundidad. Navidad es el mejor punto de salida para emprender de nuevo nuestra carrera, por ver si llegamos a alcanzarle.

Revista alandar - Diciembre 2008
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