El significado del término griego Epistolé (que traducimos generalmente como CARTA o EPÍSTOLA) está determinado por el verbo Epistellein: ENVIAR, NOTIFICAR, ORDENAR.
Designa lo transmitido por medio del mensajero enviado (APOSTOLOS). No debe sorprendernos entonces que la Epístola sea el género predominante entre los escritos del Nuevo Testamento y la forma más adecuada mediante la cual el Apóstol seguía predicando a las comunidades distantes.
De los 27 escritos del Nuevo Testamento, 21 se presentan como EPÍSTOLAS. Y entre los 6 restantes (Evangelios, Hechos y Apocalipsis) la Revelación del vidente Juan tiene como introducción un cuerpo de siete cartas dirigidas a las Iglesias de Asia.
Por otra parte, el género epistolar siempre ha tenido un especial atractivo, ya que las cartas revelan la intimidad de quien las escribe: sus estados de ánimo, sus afectos, sus intereses, acontecimientos vividos, además de su manera de pensar.
Un escritor griego llamado Demetrio explicaba que una carta debe ser “UN RETRATO DEL ALMA” de quien la escribe (Tratado sobre el Estilo, 227). Escritas en una fecha y lugar muy concretos, nos permiten entrar en el MUNDO del remitente, mucho más que a través de obras puramente doctrinales.
Por eso las cartas son muchas veces más comprensibles al gran público y permiten una lectura más fluida que los tratados sistemáticos.
Pero, sobre todo, el uso de la SEGUNDA PERSONA involucra al lector de un modo más comprometido que la forma impersonal de una exposición informativa o especulativa. El lector se siente un destinatario elegido, sea él un particular, una comunidad o un público más general. En el esquema de una carta (YO - TÚ) se aprecia una intención de comunicación y una invitación a la CO-RRESPONDENCIA. Y así una carta nos muestra también, indirectamente, algo del mundo del destinatario.
Todo esto lo encontramos en las Epístolas de Pablo que han llegado hasta nosotros. Ellas nos permiten conocer algunos detalles de su vida y la esencia de su pensamiento. Nos ofrecen el mejor retrato de Pablo, superior al de cualquier imagen artística.
Escuchemos al mismo Apóstol: “¡Corintios!, les hemos hablado con toda franqueza y hemos abierto completamente nuestro corazón. En él hay cabida para todos ustedes, en cambio, en el de ustedes no la hay para nosotros. Yo deseo que me paguen con la misma moneda. Les hablo como a mis propios hijos; también ustedes abran su corazón.” (2 Co 6,11-13).
Todas sus cartas irán dirigidas a comunidades y no a individuos; aún en el caso tan particular que parecería sólo incumbencia de Filemón. El Pablo misionero se fue convirtiendo en pastor de almas, responsable del crecimiento y de la maduración de sus jóvenes iglesias.
El lento y progresivo caminar de los recién nacidos a la fe, llamados a transformar cada vez más su propia existencia según la escala de los valores evangélicos, le requirió estar presente de otro modo: animando con enseñanzas y clarificaciones, sin ahorrar críticas y denuncias, unas veces persuasivo y convincente y otras con la franca decisión de aceptar réplicas, ostentando autoridad, pero también suplicando. Las cartas constituyen así la otra cara de su actividad misionera y pastoral. De hecho, todas pertenecen al periodo de su trabajo misionero.
A través de las cartas la voz del Apóstol, físicamente lejos por razones de su ministerio en otras regiones, se sigue escuchando en sus comunidades. De esta manera continúa la relación ya iniciada con ellas. O bien, como en el caso de la carta a los Romanos, toma la iniciativa de una comunicación en vistas a un primer encuentro.
Como diría también Demetrio, “LA CARTA ES COMO UNA DE LAS DOS PARTES DEL DIÁLGO” (223). Por medio de sus epístolas Pablo expresa lo que a causa de la distancia no puede decir personalmente a sus comunidades: “Quisiera hallarme ahora en medio de ustedes para poder acomodar el tono de mi voz”. (Gal. 4,20).
... Y también nos sigue hablando a nosotros.
Fuente: http://www.arztucuman.org.ar/epistola/septiembre/11_san_pablo.php
Designa lo transmitido por medio del mensajero enviado (APOSTOLOS). No debe sorprendernos entonces que la Epístola sea el género predominante entre los escritos del Nuevo Testamento y la forma más adecuada mediante la cual el Apóstol seguía predicando a las comunidades distantes.
De los 27 escritos del Nuevo Testamento, 21 se presentan como EPÍSTOLAS. Y entre los 6 restantes (Evangelios, Hechos y Apocalipsis) la Revelación del vidente Juan tiene como introducción un cuerpo de siete cartas dirigidas a las Iglesias de Asia.
Por otra parte, el género epistolar siempre ha tenido un especial atractivo, ya que las cartas revelan la intimidad de quien las escribe: sus estados de ánimo, sus afectos, sus intereses, acontecimientos vividos, además de su manera de pensar.
Un escritor griego llamado Demetrio explicaba que una carta debe ser “UN RETRATO DEL ALMA” de quien la escribe (Tratado sobre el Estilo, 227). Escritas en una fecha y lugar muy concretos, nos permiten entrar en el MUNDO del remitente, mucho más que a través de obras puramente doctrinales.
Por eso las cartas son muchas veces más comprensibles al gran público y permiten una lectura más fluida que los tratados sistemáticos.
Pero, sobre todo, el uso de la SEGUNDA PERSONA involucra al lector de un modo más comprometido que la forma impersonal de una exposición informativa o especulativa. El lector se siente un destinatario elegido, sea él un particular, una comunidad o un público más general. En el esquema de una carta (YO - TÚ) se aprecia una intención de comunicación y una invitación a la CO-RRESPONDENCIA. Y así una carta nos muestra también, indirectamente, algo del mundo del destinatario.
Todo esto lo encontramos en las Epístolas de Pablo que han llegado hasta nosotros. Ellas nos permiten conocer algunos detalles de su vida y la esencia de su pensamiento. Nos ofrecen el mejor retrato de Pablo, superior al de cualquier imagen artística.
Escuchemos al mismo Apóstol: “¡Corintios!, les hemos hablado con toda franqueza y hemos abierto completamente nuestro corazón. En él hay cabida para todos ustedes, en cambio, en el de ustedes no la hay para nosotros. Yo deseo que me paguen con la misma moneda. Les hablo como a mis propios hijos; también ustedes abran su corazón.” (2 Co 6,11-13).
Todas sus cartas irán dirigidas a comunidades y no a individuos; aún en el caso tan particular que parecería sólo incumbencia de Filemón. El Pablo misionero se fue convirtiendo en pastor de almas, responsable del crecimiento y de la maduración de sus jóvenes iglesias.
El lento y progresivo caminar de los recién nacidos a la fe, llamados a transformar cada vez más su propia existencia según la escala de los valores evangélicos, le requirió estar presente de otro modo: animando con enseñanzas y clarificaciones, sin ahorrar críticas y denuncias, unas veces persuasivo y convincente y otras con la franca decisión de aceptar réplicas, ostentando autoridad, pero también suplicando. Las cartas constituyen así la otra cara de su actividad misionera y pastoral. De hecho, todas pertenecen al periodo de su trabajo misionero.
A través de las cartas la voz del Apóstol, físicamente lejos por razones de su ministerio en otras regiones, se sigue escuchando en sus comunidades. De esta manera continúa la relación ya iniciada con ellas. O bien, como en el caso de la carta a los Romanos, toma la iniciativa de una comunicación en vistas a un primer encuentro.
Como diría también Demetrio, “LA CARTA ES COMO UNA DE LAS DOS PARTES DEL DIÁLGO” (223). Por medio de sus epístolas Pablo expresa lo que a causa de la distancia no puede decir personalmente a sus comunidades: “Quisiera hallarme ahora en medio de ustedes para poder acomodar el tono de mi voz”. (Gal. 4,20).
... Y también nos sigue hablando a nosotros.
Fuente: http://www.arztucuman.org.ar/epistola/septiembre/11_san_pablo.php